Antes de conocer a Cristo, en mi tiempo de incredulidad, participé en la llamada “Semana Santa” del catolicismo romano. Eran días marcados por supersticiones: “no hagas esto”, “no comas carne”, y en algunos países se promovía el famoso “huevo de pascua”. También eran días de películas religiosas como La Pasión de Cristo, que en algunos casos provocaban cierta emoción momentánea en las personas. Sin embargo, aunque muchos se conmuevan superficialmente por la muerte de Jesús, no lo reconocen como su Señor y Salvador.
Todas estas tradiciones —cargadas de simbolismos paganos y rituales vacíos— no tienen nada que ver con los días que Cristo vivió camino a la cruz, su sacrificio redentor ni su gloriosa resurrección.
El origen pagano del huevo de pascua
Respecto al famoso huevo de pascua, el pastor John MacArthur explica:
“Los huevos y los conejos eran símbolos comunes de fertilidad. La diosa ‘Eostre’, de donde proviene el nombre inglés Easter, no solo era la diosa del amanecer, sino también de la primavera, con todos sus símbolos y ritos relacionados con la fertilidad.”
¿Qué es y quién instituyó la Pascua?
La Pascua fue instituida por Dios como una comida especial para conmemorar la liberación de Israel de Egipto. Cada vez que el pueblo judío quería recordar a Dios como su libertador, salvador y redentor, miraba hacia ese acto de redención (Éxodo 12:23–27).
Dios ordenó que se celebrara anualmente el día catorce del mes de Nisán (entre marzo y abril), sacrificando un cordero entre las 3:00 y las 6:00 de la tarde y comiendo la cena pascual en obediencia (Éxodo 23:14–17). Era un recordatorio del día en que el ángel de la muerte pasó por encima de las casas de los israelitas, librándolos de la plaga.
Lamentablemente, hoy muchos judíos siguen celebrando la Pascua sin ver a dónde apunta: no hacia Egipto, sino hacia la cruz. Desviándose de Cristo, se pierden del cumplimiento glorioso de aquella sombra: el verdadero Cordero.
Jesucristo: nuestra Pascua
“Cristo, nuestra pascua, ha sido sacrificado.”
—1 Corintios 5:7
Jesús es el verdadero Cordero pascual. Su sacrificio fue la última Pascua legítima. Los siglos de sacrificios en el Antiguo Testamento apuntaban a ese momento culminante: a la misma hora en que se sacrificaban los corderos, el Viernes Santo, Cristo murió. El velo del templo se rasgó de arriba a abajo, simbolizando que el sistema levítico había llegado a su fin (Marcos 15:38; Éxodo 26:31–33).
No fueron Judas, Herodes, Caifás, el Sanedrín ni los romanos quienes pusieron fin al sistema de sacrificios. Fue Dios, quien ofreció a su propio Hijo como el sacrificio perfecto por los pecados del mundo (Juan 3:16; Hebreos 9:11–12).
De la Pascua a la comunión
“Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.”
—Lucas 22:20
La noche antes de su muerte, Jesús transformó la Pascua en la Cena del Señor. Para los cristianos, la Pascua ya no tiene significado redentor. Nuestro punto de contacto con la redención no es Egipto, sino el Calvario. No miramos a la sangre en los dinteles, sino a la sangre derramada en la cruz.
La Cena del Señor es el memorial instituido por Cristo mismo, en el que recordamos su muerte hasta que Él venga (Marcos 14:22–25). Ya no miramos a la sombra, sino a la realidad: el sacrificio perfecto de Jesús.
La resurrección de Jesús
Juan 20:1–29
Aunque muchos no entienden el significado de la semana de la pasión por estar cegados por rituales paganos, Dios, en su gracia, puede abrir sus ojos y reconciliarlos consigo por medio de la fe en Cristo (Juan 5:24).
Durante esa semana que culminaría en la cruz, el mensaje de Jesús no fue sobre días festivos, sino sobre el arrepentimiento y la necesidad de creer en Él para escapar de la condenación eterna (Juan 3:18). Se presentó como el Mesías, el Dios-hombre, y dio evidencia de ello con su resurrección.
Fue María quien encontró el sepulcro vacío y corrió a dar aviso a los discípulos. Pedro y Juan también vieron los lienzos, y Juan creyó. María, angustiada, fue transformada por el encuentro personal con el Cristo resucitado. Lo mismo sucedió con los discípulos, incluso con Tomás, el incrédulo, a quien Jesús se apareció para afirmar su fe.
Nadie se salva por guardar días festivos
La resurrección de Cristo dejó en claro que la salvación no se obtiene por medio de rituales religiosos o festividades, sino únicamente por la fe en Él (Efesios 2:8–9).
En un mundo sin conocimiento de Dios, la “Semana Santa” se ha convertido en una celebración de huevos y conejos, pero no del Cristo resucitado. Esto lleva a muchos incrédulos a preguntarse: ¿cómo podemos probar que Jesús realmente resucitó?
La respuesta es sencilla: la Biblia lo dice. Y eso basta. La Escritura es la Palabra de Dios, y afirma de forma clara que Jesucristo resucitó. Si se niega la resurrección, se niega todo el cristianismo.
Los cristianos creemos en la resurrección por fe, una fe dada por el Espíritu Santo, quien nos convence de que la Biblia es verdad. Y en sus páginas hay amplia y convincente evidencia de que Cristo resucitó.
Amén
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