Desde Génesis 3, con la caída de Adán y Eva, vemos que el pecado se introduce en la humanidad. No obstante, la Escritura es clara: cada persona es responsable de su propia relación con Dios y de sus acciones.
Ezequiel 18:20 declara: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo”.
Esto subraya un principio fundamental: aunque heredemos un mundo caído y nuestras primeras influencias, nuestras acciones y decisiones en este mundo son responsabilidad personal delante de Dios.
Los padres tienen un rol crucial: instruir y guiar a sus hijos. La Palabra nos dice en Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. Aquí la prioridad es formar al hijo en la verdad de Dios, enseñándole a distinguir el bien del mal y a amar al Señor desde pequeño. La responsabilidad del padre es plantar la semilla correcta; pero el crecimiento y la elección final dependen del hijo mismo, y de su respuesta al Espíritu de Dios.
Ahora bien, hay padres que, por incredulidad, nunca tuvieron en cuenta la Biblia ni a Cristo en la educación de sus hijos. Sin embargo, algunos de ellos aun así lograron ser buenos padres, ofreciendo cuidado, disciplina justa, valores de respeto y responsabilidad.
La Escritura reconoce la capacidad de actuar con bondad incluso fuera de la fe salvadora. Su labor puede formar carácter y hábitos positivos, pero no sustituye la instrucción espiritual que viene de Dios. Por eso, cada hijo sigue siendo responsable ante Dios por su propias acciones y decisiones.
Romanos 14:12 nos recuerda: “Así que cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios”. En consecuencia, los fracasos o éxitos como hijos no son meramente el resultado de la crianza, sino de nuestra responsabilidad individual delante de Dios.
Los padres cumplen su deber al educar y guiar según lo que saben y pueden, pero cada alma debe responder personalmente al Señor.
La Biblia enseña un equilibrio: los padres tienen la obligación de instruir en el Señor, pero cada persona es responsable de sus propias decisiones. Reconocer esta verdad libera tanto al hijo como al padre de culpas indebidas y enfatiza la necesidad de una relación personal con Dios, más allá de cualquier esfuerzo humano.
Comentarios
Publicar un comentario