En nuestro tiempo se suele pensar que un falso pastor es únicamente aquel que predica herejías, niega a Cristo o enseña doctrinas aberrantes. Y aunque eso es cierto, la Biblia va mucho más profundo.
Para Dios, la falsedad no se detecta solamente en lo que un pastor dice, sino también en cómo vive, por qué hace lo que hace y si cumple o no con los requisitos que Él estableció.
La Palabra de Dios presenta un estándar muy claro. En 1 Timoteo 3, Tito 1 y 1 Pedro 5, vemos que el pastor verdadero debe ser un hombre cuyo carácter ha sido moldeado por el Espíritu Santo. Debe ser íntegro, sobrio, humilde, fiel a su esposa, ejemplo en su hogar, y no debe estar motivado por el dinero ni por la búsqueda de poder. Si un hombre no cumple con estos requisitos, aunque enseñe doctrinas ortodoxas, la Biblia dice simplemente que no califica para el ministerio pastoral.
Esto significa que un pastor puede predicar correctamente… y aun así ser falso.
No porque enseñe error, sino porque vive en contradicción con lo que predica.
Jesús advirtió que vendrían falsos pastores “con piel de oveja” (Mateo 7:15): personas que externamente parecen piadosas, pero cuyos frutos —su carácter, sus decisiones, sus motivaciones— los delatan. Pedro también habló de ellos, describiéndolos como hombres “movidos por avaricia” (2 Pedro 2:3).
No es extraño, entonces, encontrarnos con predicadores que no necesariamente enseñan malas doctrinas, pero que buscan reconocimiento, dinero o control. Eso también es falsedad.
Por eso, la evaluación bíblica de un pastor no se centra únicamente en lo que enseña, sino también en lo que es. Pablo le dijo a Timoteo:
“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina.” (1 Timoteo 4:16)
La vida y la doctrina están inseparablemente unidas. Un hombre que predica la verdad pero vive en pecado, en doble ánimo o con motivaciones corruptas, no es un pastor verdadero, porque no guarda los estándares que Dios exige para cuidar a Su iglesia.
Al final, un falso pastor no se define solo por su teología, sino por su carácter, su integridad y su obediencia a Dios. Y esto nos recuerda algo importante: el verdadero ministerio pastoral es santo. No es un título, no es un micrófono y no es una plataforma. Es un llamado que requiere una vida conforme a las Escrituras.
Que esta verdad nos lleve a valorar a los pastores fieles, a discernir con sabiduría, y a recordar que el único Pastor perfecto es Cristo, quien nunca falla a Sus ovejas.

Comentarios
Publicar un comentario