Honrar a Padre y Madre bajo la Soberanía de Dios y la Gracia de Cristo



El mandamiento de Éxodo 20:12 dice:

"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da."

Honrar es valorar, respetar y agradecer. Es reconocer que, aunque nuestros padres no sean perfectos, Dios los usó como instrumentos para darnos la vida. Nadie escoge la familia en la que nace, pero Dios, en su soberanía, sí la escogió. Por eso, nunca deberíamos sacar en cara a nuestros padres sus errores, ni menospreciar las circunstancias en que crecimos.

La Biblia enseña que cada familia es una historia bajo el gobierno de Dios. 

Hechos 17:26 nos recuerda que Él “determinó los tiempos señalados y los límites de la habitación de los hombres”. Así, algunos nacen en familias ricas, otros en familias pobres, pero en todo ello hay un propósito divino.

La sabiduría de Dios también nos advierte en Proverbios contra la deshonra a los padres:

  • Proverbios 20:20: “Al que maldice a su padre o a su madre, se le apagará su lámpara en oscuridad tenebrosa.”
  • Proverbios 30:17: “El ojo que escarnece a su padre y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos de la cañada lo saquen, y lo devoren los hijos del águila.”

Estas advertencias nos muestran lo grave que es para Dios la rebeldía y el desprecio hacia los padres.

Ahora bien, el Evangelio nos da una visión aún más profunda: cuando Cristo entra en la vida de un hijo o de un padre, cambia todo. Muchas veces pasa que los hijos vienen primero a Cristo y no los padres, o viceversa. Esto puede traer tensiones, pero también oportunidades para mostrar el amor de Dios. El que tiene a Cristo recibe un nuevo corazón:

2 Corintios 5:17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”

El que tiene a Cristo ya no actúa con orgullo ni reproche, sino con amor, paciencia y perdón. Cristo mismo nos enseñó a amar incluso a nuestros enemigos (Mateo 5:44), ¡cuánto más debemos amar y honrar a nuestros padres, aunque no compartan nuestra fe!

Por eso, el creyente debe vivir con un propósito mayor: la salvación de las almas. Nuestra mayor preocupación no son los asuntos terrenales ni las heridas del pasado, sino que nuestros seres queridos conozcan a Cristo. No hay tiempo para sacar en cara cosas carnales; hay tiempo para orar, para mostrar con la vida el Evangelio, y para clamar que Dios tenga misericordia de los que aún no creen.

El que tiene a Cristo ya no actúa con orgullo ni reproche, sino con amor, paciencia y perdón.

Honrar a padre y madre es reconocer la soberanía de Dios sobre nuestra historia y responder con gratitud. Los proverbios advierten contra la deshonra, pero en Cristo encontramos la gracia para vivir con un corazón nuevo. Ya sea que nuestros padres o hijos estén en la fe o no, nuestra misión es amarlos, perdonarlos y orar por su salvación, porque lo eterno es más importante que lo terrenal.

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